-Ha llegado la hora –susurró Aviadora, activando los mecanismos de la grandiosa máquina que tantos años le había costado perfeccionar-. ¡Por fin está lista! –exclamó finalmente, accionando una herrumbrosa palanca que no tenía aspecto de durar mucho tiempo más de una sola pieza-.
Exultante y emocionada, Aviadora sonrió ampliamente y se llevó las manos a las caderas, observando su creación, que silbaba y soltaba humo ante ella. Admiró el ataúd plateado que se alzaba en el centro de la habitación y la compleja red de tubos y cables que nacían de él y se extendían por el suelo, hasta conectarse directamente con un extraño artefacto que parecía un gran motor unido a un teclado y una pantalla que en aquel instante marcaba una fecha que parpadeaba al compás de unos pitidos que hacían eco en la habitación. De repente, aquellos silbidos se transformaron en gritos humanos, gritos de miedo y sorpresa, y el ataúd que se alzaba en el centro del cuarto comenzó a brillar con una fuerte luz azul.
En su interior, aquella luz fulgurante danzaba en un torbellino espectral que poco a poco comenzó a tomar la forma de un hombre joven de unos 26 años aproximadamente.
“Al final he muerto” fue lo primero que pensó Deacon al abrir los ojos. Pero si aquello era el cielo, realmente dejaba mucho que desear. Estaba de pie y sus rodillas flaqueaban, no podía estirar los brazos, aquello parecía un ataúd de latón barato.
“Vale, recapitulemos”, se dijo con la intención de descubrir que le había pasado.
“Estaba en el bar de Tony’s n’ clad”, jugando una mano con Reich, cuando aquel gordo hijo de puta le había acusado de hacer trampas”.
“Sí, finalmente se lo habían cargado”
Empezaba a desesperar cuando la puerta de la urna se abrió de improviso, haciendo que se fuera de bruces contra el suelo.
-¡Estás vivo!-exclamó una mujer frente a él, rodeándole con un andar nervioso, palpando sus brazos y observando cada detalle de su cuerpo como si de una revisión médica se tratase-. ¿Te encuentras bien? ¿Puedes verme?
Deacon entrecerró los ojos, intentando acostumbrarse a la oscuridad de aquella habitación. Ante él, esperando ansiosa su respuesta, se encontraba una mujer de piel pálida y complexión delgada. Su pelo terminaba a la altura de su barbilla, y sus ojos estaban ocultos bajo un flequillo azul. Vestía un top negro y unos pantalones del mismo color, y tenía unas extrañas gafas de aviador sobre la cabeza.
Sonreía como si la vida le fuera en ello.
-¿¡Qué…!? –Deacon intento apartar en vano a aquel proyecto fallido de mujer-. ¿¡Quién coño eres tú!?
-¡No te falta ningún brazo, eres perfecto! –exclamó ella, abrazándole con fuerza-.
-¡Te he dicho que me sueltes, joder! –Dick consiguió deshacerse por fin de la mujer-. ¿¡De qué hablas!?
-Ah –susurró ella, sentada con las piernas cruzadas ante él y ladeando levemente la cabeza-. Acabas de viajar al futuro.
-Sí, claro, y me encantaría quedarme y disfrutar de tu compañía, pero, ya sabes, tengo cosas que hacer, lugares a los que ir, gente a la que estafar… -dijo, mientras se levantaba y se sacudía el polvo de la ropa, dispuesto a irse-. Tú quédate aquí y lucha contra los ciborgs.
-¡Pero…! ¡No puedes marcharte! –gritó Aviadora con exasperación.
Deacon se acercó a ella, le puso una mano en el hombro, mirándola con aquellos ojos penetrantes, y con voz profunda dijo:
-Que la fuerza te acompañe –y rompió a reír.
-¡A mí no me hace gracia! –exclamó Aviadora, abofeteando con fuerza al chaval-. ¡Deberías darme las gracias de estar entero! ¡Hice mil pruebas antes de traerte a ti para que no sufrieras daños!
Deacon se palpó la cara. ¿De verdad le había golpeado aquella mujer?
-Escucha, chalada –dijo, repentinamente colérico-. No sé quién eres, ni qué broma de mierda es esta, pero estás cabreando a la persona equivocada. Así que, o me dejas ir por las buenas, o me largo por las malas… y estás en clara desventaja física –añadió, mirando su pequeña y delgada estatura.
-¿Crees que eres rival para la inventora de la máquina del tiempo? –preguntó Aviadora extendiendo su brazo pálido, que inmediatamente se transformó en un guante metálico que no tardó en mostrarle a Dick todo tipo de armas y artefactos de dudosa función-.
Dick retrocedió hasta golpearse con la pared. Aquella maldita cosa tenía de todo, desde una pequeña sierra que movía sus dientes hacia adelante y hacia atrás hasta un tenedor de cuatro puntas.
-Joder –dijo, con voz entrecortada -. ¿Quién cojones eres?
-Mi nombre es Aviadora. ¿Te parece esto una prueba suficiente de que ya no estás en el siglo 21?
-¿Qué quieres de mí? –dijo, aún conmocionado.
-Quiero que me ayudes con… un problema… Una… crisis.
-¿¡Pero qué crisis!? –bramó Dick-. ¿¡Eres consciente de que no me estoy enterando de una mierda de lo que me estás contando!?
Aviadora se revolvió, inquieta:
-A decir verdad… Eres la única persona capaz, en este momento, de salvar a la raza humana… ¡Serás un héroe!
“Serás un héroe”
Las palabras resonaron en la mente de Deacon y abrieron una brecha que hizo brotar una serie de recuerdos, y en ninguno se veía ni siquiera parecido a un héroe.
-Siento destrozar la bonita fantasía que te habías montado, preciosa, pero te has equivocado de hombre.
-¡No! ¡Eres perfecto! ¡Te necesito! ¡Aquí y ahora! ¡No voy a pedirte nada más de lo que ya eres! ¡Por favor…!
¿De dónde había salido aquella mujer? Deacon estaba impresionado, había algo en su voz cuándo le pedía que se quedara, ¿era aceptación?, ¿aprecio? ¿necesidad? Si algo había aprendido en toda su vida era que la gente no le necesitaba para nada, y él había aprendido a no necesitar a nadie. Y sin embargo, allí estaba aquella pequeña y delicada criatura futurística rogándole que la ayudara.
-¿De verdad quieres que me quede?
-Sí, por favor –Aviadora hizo desaparecer aquel arma tan mortífera y suspiró con pesadez.
Deacon cerró los ojos y disfrutó de aquellas palabras, plenamente consciente de que jamás volvería a oírlas.
-Está bien –dijo, mientras se acercaba a ella-. Entonces será mejor que me cuentes todo desde el principio –Deacon le tendió una mano-. Me llamo Deacon, de Detroit.
Ella suspiró y le estrechó la mano con una sonrisa melancólica.
-Hace tiempo que Detroit ya no existe. Ven –susurró, tendiendo la mano hacia un sillón cercano-. Será mejor que te sientes. Has de saber que no soy precisamente querida por el resto de la gente de por aquí… Se podría decir que sería un bonito regalo para algunos verme muerta… -Aviadora vaciló por un instante-. Si te ven conmigo… Lo más probable es que vayan a por ti también…
-Estoy acostumbrado a que la gente quiera matarme. ¿De verdad Detroit ya no existe? Porque eso sería magnífico; le debía dinero a la mitad de la población –Deacon se dio cuenta de que no paraba de hablar, pero aquella situación le ponía nervioso. ¡A él, que se había visto perseguido por toda una mafia del juego!-. Da igual. Sigue.
-Tú y yo seremos una minoría luchando contra los mayores peligros de este mundo. ¿De verdad quieres enfrentarte a ello?
-¿Tengo opción?
-Si no actuases por voluntad propia… Nada de esto tendría sentido… No serviría para nada… -susurró la joven, llevándose las manos al rostro en un gesto de desesperación-.
Antes de ser consciente de lo que hacía, Deacon le pasó un brazo por los hombros con afán protector.
-Vamos –dijo mientras le acariciaba el brazo-. No me queda nada allí de donde vengo. Voy a ayudarte, ¿de acuerdo?
Ella asintió lentamente, visiblemente aliviada.
-Está bien –dijo con un suspiro -. A ver… Hace ya mucho tiempo… Un científico que hasta el momento había logrado hacerse con una brillante carrera… Inventó algo que en un principio se consideró tan solo una medicina… Se llamaba… “La fórmula de la felicidad”. Se trataba de una especie de droga que anulaba algunas funciones del cerebro, de manera que aquel que la tomaba inmediatamente se sentía relajado y en paz, en un estado de permanente placer… Sin ningún tipo de preocupación o frustración… El estado en el que se sumían las personas que la tomaban era tan poderoso que la fórmula de la felicidad comenzó a ser un verdadero problema. La gente comenzó a traficar con ella como si se tratase de la más valiosa de las drogas, y poco a poco el problema aumentó de nivel… Los gobiernos comenzaron a organizar guerras por ella…. Se produjeron matanzas horribles “en nombre de la felicidad” –Aviadora hizo una pausa y suspiró profundamente-.
-Hasta ahora no has descrito algo demasiado diferente a lo que estaba ocurriendo en mi mundo…
Ella negó con la cabeza:
-Todo eso, no es más que un daño colateral… El verdadero problema es que… la droga se ha extendido tanto… que ya no existen… humanos como tú…
Deacon alzó una ceja:
-¿Cómo yo?
-Gente que esté limpio, que no tenga ni el mínimo rastro de la fórmula de la felicidad en su organismo…
-¿Y…?
-¿No lo entiendes? Las dudas y las incógnitas, la preocupación… Nada de eso existe… La gente ya no se plantea nada, ya no les importa si lo que están haciendo es correcto o no… Las guerras siempre existirán… Lamentablemente siempre existirá un motivo por el que luchar, pero… ¿No imaginas lo terrible que puede ser el hecho de que ya no seamos más que… clones fabricados en serie? La felicidad y el placer eternos pueden ser una utopía, pero… ¡Todo necesita su antónimo! ¡Ahora, nadie es consciente de la felicidad, porque, absolutamente nadie conoce la tristeza! Tú, Deacon, eres el único humano que existe hoy en día en la Tierra… ¡El único… humano original! ¡Con miedos y dudas!¡Con… un pasado que seguramente estará repleto de errores!
-¿Me estás diciendo que me necesitas porque soy… imperfecto?
-Sí… Porque… eres humano.
-Pues el mundo tiene que estar realmente jodido para que necesitéis a alguien como yo.
Aviadora es tan awesome que se la podría poner entre mis personajes originales favoritos, Deacon va por el mismo camino de ser todo awesome y todo junto es una mezcla mas awesome que unir unicornios, arcoiris y capuchinnos gratis para todos.
ResponderEliminarMe ha encantado la parte que habla de la utopía y, diablos, ¿para cuando algo nuevo? D: (?)